lunes, 9 de febrero de 2015

El Naturalismo francés. Émile Zola

A fines del siglo XIX el realismo evoluciona y da lugar al Naturalismo, que podemos definir como un realismo extremado, inspirado en el positivismo científico.
El Naturalismo pretende llevar a la literatura las teorías científicas que defienden la influencia determinante que la herencia biológica y el medio social ejercen sobre el individuo. El escritor naturalista aspira a la objetividad, y refleja en sus obras los aspectos más sórdidos de la sociedad: el alcoholismo, la miseria, la prostitución... Basándose en la realidad observable (método experimental), se analizan y justifican la conducta individual y social según el determinismo biológico y social. De este modo, se busca la objetividad absoluta, por lo que en la narración se detallan los aspectos más sórdidos y crudos de la realidad. Sin embargo, al centrarse especialmente en estos aspectos, el autor ofrece testimonio de las injusticias, que con frecuencia se convierte en denuncia.
Émile Zola (1840-1902) es el fundador de esta escuela.





 En la serie de veinte novelas, que lleva como título general, Los Rougon-Macquart estudia la evolución de una familia a través de varias generaciones, y los efectos que las taras hereditarias, las enfermedades y el medio social producen en los individuos. Por ejemplo, en La taberna desarrolla el tema del alcoholismo entre las clases trabajadoras; en Naná aborda la prostitución; y en Germinal relata las incipientes reivindicaciones de un proletariado explotado que vive en la miseria.
Comenzó a implicarse en política con el notorio artículo Yo acuso, en el que se involucraba en el famoso Caso Dreyfus, lo que le costó un proceso por difamación y su retiro a Londres. Tras regresar a París siguió publicando artículos sobre el caso, falleciendo finalmente asfixiado en su casa.


Lee el siguiente fragmento de Germinal, una de las mejores novelas jamás escritas en francés.
 La novela es una dura y realista historia sobre una huelga de mineros en el norte de Francia en la década de 1860. Ha sido publicada y traducida en más de cien países y ha servido para inspirar cinco adaptaciones cinematográficas y dos producciones de televisión.
 
-Pues yo soy de Montsou, y me llamo Buenamuerte.
-¿Será un apodo? -preguntó Esteban admirado.
El viejo hizo un movimiento de satisfacción, y señalando la mina, contestó:
-Sí, sí por cierto... Me han sacado de allí dentro, tres veces medio muerto; una vez, con la piel de la espalda destrozada; otra, de entre los escombros de un hundimiento, y la tercera medio ahogado... Al ver que no reventaba nunca, me llamaron en broma Buenamuerte.
Y redobló su jovialidad, un chirrido de polea mal engrasada, que acabó degenerando en un violentísimo acceso de tos. El reflejo del brasero de carbón alumbraba en aquel instante su cabeza enorme, cubierta por escaso cabello completamente blanco, y su cara achatada, pálida, casi lívida y salpicada de algunas manchas moradas. Era de baja estatura, tenía un cuello enorme como el de un toro, las pantorrillas salientes, y los brazos tan largos, que sus manazas caían hasta más abajo de las rodillas. Además, pareciéndose en esto a su caballo, guardaba tal inmovilidad, a pesar del viento, que cualquiera hubiera creído que era de piedra al ver que no le hacia mella ni el frío intenso, ni las terribles rachas del vendaval.
Esteban le miraba.
-¿Hace mucho tiempo -le preguntó- que trabaja usted en las minas?
Buenamuerte abrió los brazos, exclamando:
-¿Mucho tiempo?... ¡Ya lo creo!... Mire, no había cumplido ocho años, cuando bajé por primera vez precisamente a ésa, a la Voreux; y tengo ahora cincuenta y ocho. Conque, eche un cálculo... Ahí dentro he hecho de todo: fui aprendiz, después arrastrador, cuando tuve fuerzas para ello; luego, cortador de arcilla durante dieciocho años; más tarde, a causa de estas pícaras piernas, que se empeñaron en no funcionar como es debido, me pusieron en la brigada de barrenos; después fui barrendero; me dedicaron también a las composturas del material, hasta que se vieron precisados a sacarme de abajo, porque el médico decía que me quedaría allí. Entonces, hace cinco años de esto, me dedicaron a carretero... Conque, ¿qué tal? ¡No es poco cincuenta años de mina, y de ellos cuarenta abajo, en el fondo!
Y mientras hablaba, algunos pedazos de hulla inflamada que caían del brasero iluminaban de vez en cuando su pálido semblante con un reflejo sangriento.

-Me dicen que descanse -continuó-. Pero yo no les hago caso; no soy tan idiota como ellos se figuran. Sea como sea, he de aguantar los dos años que me faltan para llegar a sesenta, a fin de atrapar la pensión de ciento ochenta francos. Si me despidiese hoy, se apresurarían a concederme la de ciento cincuenta. ¡Si serán bribones!... Además, estoy todavía fuerte, excepción hecha de las piernas, y eso a causa de tanta agua como me entró en el pellejo cuando trabajaba en las galerías. Hay días que no puedo mover una pata sin dar gritos.
ÉMILE ZOLA, Germinal, I Parte 

Después de haber leído este fragmento, responde:  
  • ¿A qué clase social pertenece Buenamuerte?
  • ¿Qué detalles se dan a conocer sobre su salud?
  • ¿Cómo son las condiciones laborales de los mineros, según se deduce de sus palabras?
  • Reflexiona sobre tus respuestas anteriores: ¿Consideras que el fragmento es realista y objetivo? 
Émile Zola concebía la novela como un retrato de la sociedad. No es casual que su gran afición fuera precisamente la fotografía. En este vídeo encontrarás información sobre su faceta de fotógrafo: "En mi opinión, no se puede decir que hemos visto algo hasta que no lo hemos fotografiado y hemos descubierto la multitud de detalles que se encierran en la imagen y que sin la fotografía habrían pasado desapercibidos".

Si quieres, puedes ver una exposición de fotografías de Zola

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